Mi hermano se llamaba Alonso y la última vez que lo vi, él tenía 25 años. Era dueño de una inteligencia superior al promedio y a ratos creo que eso fue un arma de doble filo en su vida. Siempre tenía un libro cerca y tenía un ojo artístico, ambas ocurrencias extrañas entre los hombres de mi familia. Alonso era un hombre introvertido por fuera y extrovertido por dentro , era un hombre particular. Mi hermano no era perfecto, tenía debilidades y problemas como cualquiera de nosotros. Me gusta hablar de él para no permitir que el tiempo borre su individualidad.
Alonso eligió el 23 de enero del 2007, como el último día de su vida. Su decisión nunca fue anunciada, aunque sì sospechada en esos raros momentos de lucidez que la vida nos obsequia, pero que tachamos como descabellados. Discutí esa posibilidad con mi papá tan sólo unas semanas antes de su muerte, pero ambos la descartamos como inconcebible, el tipo de cosas que le pasa a otras personas, no a nosotros.
De sus motivos y pensamientos sé tan poco, todo son especulaciones. No dejó una carta, no habló con nadie al respecto. Pidió ayuda, pero no en palabras que pudiéramos comprender. El método que eligió fue definitivo, no me cabe la menor duda de que quería morir. Al día siguiente de su muerte, mientras esperábamos en la morgue, bajo un sol radiante y una cálida brisa, mi esposo, con gran tristeza en sus ojos, me dijo: “si tan solo hubiera resistido un día más..es un día tan hermoso¨. Pero para él no había sol capaz de iluminar la oscuridad que llevaba dentro.
Con Alonso murió la persona que fui, y en estos cuatro años y medio, he tenido que reinventarme. Siento que se esfumó el último vestigio de mi inocencia, que me quitaron un velo de los ojos y a ratos dudo mucho que me agrade este nuevo saber con el cual cargo. Creo que por mi condición de Psicóloga, algunas veces se me hace mucho más pesada la membresía a este club, del cual no pedí ser parte. Hoy me identifico con el término sobreviviente, porque lo soy.
El primer año de mi duelo es un recuerdo borroso. En primera instancia me hice la fuerte, tenía dos bebés que demandaban mi atención constante. En retrospectiva, gracias infinitas a Dios por ellos, me dieron la motivación para levantarme cada día. Por otra parte estaban mis padres, por quienes temía, no pensaba que pudieran soportar tanto dolor; pero lo han logrado, también ellos han sabido sobrevivir. Recuerdo que 3 meses tras la muerte de mi hermano, se suicidó un excompañero de trabajo y fue entonces cuando se abrieron las compuertas de esa muralla que había construido alrededor de mi corazón… se abrieron y ya no hubo quien pudiera detener el torrente de emociones. Había tanto enojo, una enorme necesidad de encontrar un culpable, una búsqueda incesante de respuestas que Alonso se llevó con él, tristeza, resistencia a aceptar lo sucedido y culpa, cuanta culpa, porque yo, su hermana mayor y Psicóloga además, no pude evitar semejante tragedia.
El segundo año fue igualmente intenso a nivel emocional, pero ya era más un asunto de aprender a vivir con la irreversible decisión de mi hermano. Conforme transcurren los años, mi culpa ha ido cediendo y he aprendido a perdonarme y perdonarlo. Ahora me inunda un deseo de ayudar a otros pues aunque no pude salvar su vida, quizás sí pueda impactar positivamente la vida de otras personas. La creación de esta página es tan solo uno entre un cúmulo de esfuerzos para apoyar a otros sobrevivientes de suicidio…este es el camino que he elegido para honrar su memoria.
Hace unos años conocí a otro sobreviviente, quien además facilitaba un grupo de apoyo en Estados Unidos, y él me decía que cuando llega alguien nuevo al grupo, él siempre le dice que vivir con el suicidio de un ser querido nunca se vuelve más sencillo, simplemente se vuelve diferente con el pasar del tiempo. Esta aseveración me pareció tan acertada, porque hoy, 4 años y medio tras la muerte de mi hermano, no puedo decir que ya no lo recuerdo con tristeza. No puedo decir que no hay momentos en los cuales pienso en lo sucedido y me sacude las entrañas como si fuera el primer día. No puedo decir que no añoro su presencia o que no sufro por todo lo que no pudo ser. Lo que sí puedo decir es que el dolor ya no es constante, ya me permite respirar a mis anchas. Puedo decir que intento concentrarme en los aspectos positivos de su vida y no permito que su muerte lo defina como persona. Puedo decir que quiero vivir y disfrutar de todo aquello que el mundo ofrece, como un tributo a él, como si en cada una de mis sonrisas, sonriera Alonso también.
(Jackie, 36 años, Costa Rica)